GAEL MARCHANT
La puerta se cerró detrás de mí con un suave clic. Eran más de las nueve de la noche y sentía cada músculo protestar. Entre los informes, las bromas de Adriano y esa mujer infernal que me traía loco, el día había sido una tortura.
Anastasia.
El simple hecho de pensar su nombre hacía que algo en mi pecho se tensara. Era fuego, provocación y dulzura en un solo cuerpo… y hoy había jugado conmigo como una gata con su presa, este día había sido largo y estaba agotado.
Solté el saco, me serví un whisky y estaba por hundirme en el sillón cuando un sonido sutil —un golpe húmedo, una puerta que se cerraba— me heló la sangre.
Mi instinto reaccionó antes que mi cerebro.
Saqué el arma del arnés y avancé con pasos lentos, controlando la respiración. El silencio se hizo más espeso mientras me acercaba al pasillo que llevaba a mi habitación.
Otro sonido.
El agua de la ducha.
Me apoyé contra la pared, levanté el arma y giré de golpe hacia el baño.
Y entonces la vi.
Una nube de vapor sal