NO QUIERO QUE ME GOLPEE MÁS

ADRIANO

El cristal de la ventana devolvía una ciudad en tonos de plomo. Desde aquí arriba parecían piezas obedientes, moviéndose en su carril. Ojalá la gente fuera tan predecible como los semáforos. Solté el bolígrafo y me masajeé el puente de la nariz. Dormí dos horas, con suerte. Dalia se movió en sueños y yo me quedé despierto viéndole respirar, tenía miedo que los bebés no la dejaran descansar.

—¿Qué se ha averiguado? —pregunté sin rodeos.

Gael estaba encorvado sobre la mesa de reuniones, la chaqueta abierta y el humor de perro guardián con hambre.

—Mucho —respondió, esa media sonrisa que anuncia dinamita—. Karla, mi prima, rastreó los pagos. Y no te va a gustar lo que encontramos.

La puerta se abrió sin llamar. Enzo cruzó el umbral con paso rápido y el pelo todavía húmedo.

—Argh, bajaron los perros —gruñó Gael, sin levantar la vista.

—Hola para ti, celoso —Enzo ni se inmutó—. Hola, Adriano. Tenemos información.

—Qué bueno —me enderecé—. ¿Qué encontraron?

Enzo dejó una carpeta sob
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