El vapor llenaba el baño con una neblina suave.
Me arremangué las mangas y pasé la esponja por su piel con cuidado, cada movimiento lento, atento. El agua tibia resbalaba sobre sus hombros, y ella cerró los ojos, dejando escapar un suspiro.
—Estoy horrible —murmuró de pronto, bajando la mirada.
La seguí con los ojos.
Observaba su reflejo en el espejo empañado: su cuerpo todavía hinchado por el embarazo, la piel cansada, la curva de la cintura desaparecida por los meses de espera.
Sus dedos rozaron su vientre con un gesto triste.
—Mi vida… —le dije, dejando la esponja a un lad