DALIA
Debería sentirme feliz.
Eso pienso cada mañana cuando abro los ojos y escucho el suave murmullo de los bebés al otro lado de la habitación.
Tres pequeños corazones que laten fuera de mí, tres pedacitos de vida que trajeron luz a esta casa.
Y, sin embargo, algo dentro de mí no termina de encajar.
Mi cuerpo duele, mi sonrisa se perdió en alguna parte del camino.
Siento culpa por no sentirme dichosa.
Culpa por no ser esa madre radiante que todos esperan.
A veces me quedo mirando la cuna y me pregunto qué está mal conmigo.
Tengo todo lo que siempre soñé: mis hijos, el amor de Adriano, una familia que me abraza sin condiciones… y aun así, siento un hueco que me quema el pecho.
Me odio por eso.
Me siento mal por sentirme así.
El espejo se ha vuelto mi enemigo.
Lo evito, pero cuando paso frente a él no puedo evitar mirar la mujer que me devuelve la mirada:
ojeras, piel pálida, cicatrices, odio mi cuerpo, trato de taparme lo más posible.
Mi cuerpo ya no es el de antes, y por m