GAEL MARCHANT
El teléfono vibra en mi bolsillo como si fuera un aviso en la nuca. Atiendo sin mirar y la voz de Paolo llega corta, contenida, urgente.
—Paolo —digo, y él no pierde tiempo.
—Gael —responde—. Movimientos de Visconti. Se están reagrupando. Hay ruido en Europa; Valerio está moviendo hombres hacia América.
La sangre me baja a las manos. No me sorprende, pero la noticia golpea igual: la guerra que creíamos amortiguada vuelve a prenderse.
—Gracias por avisar, primo —contesto—. Dame todo lo que tengas: rutas, nombres, horarios.
— Te enviaré todo por correo.
— Gracias primo, informaré ahora.
Corto la llamada cuando empiezo a pensar en la casa, en Dalia, en mis sobrinitos que aún no nacen.
Cojo las llaves y salgo del estacionamiento como si me hubieran puesto un motor en la espalda. Voy derecho al despacho, donde sé que Adriano estará —es su refugio cuando piensa—. Entro sin tocar, que es lo que hago cuando estoy urgente. Adriano levanta la vista; a su lado están Alessandro y En