SARA BLACKSTONE
El aire del cementerio olía a tierra húmeda y hojas secas. Caminaba despacio, con las manos apretando el ramo de rosas rojas, las que siempre habían sido sus favoritas. Me detuve frente a la lápida de Alexander, la limpié con cuidado y dejé las flores sobre la piedra fría.
—Hola, amor —susurré, acomodando las hojas que el viento había arrastrado—. Te he extrañado tanto…
Me senté a su lado, como tantas veces. Era un lugar silencioso, pero cuando le hablaba sentía que de alguna forma él me escuchaba.
—¿Sabes? Seremos abuelos de trillizos —dije con una sonrisa rota—. Me encantaría que estuvieras aquí conmigo, no hay día que no te extrañe. Nuestra cama sigue vacía y fría desde que te fuiste.
Suspiré largo.
—Nuestro hijo… encontró a su compañera. Está muy enamorado. Recuerdas que decíamos que era tan amargado que no encontraría novia… bueno, encontró a una mujer maravillosa: la hija de Wilson, nuestro Will.
Mis dedos acariciaron la piedra.
—Lamento no haber venido antes, amo