ADRIANO
Desperté con mi Dalia en los brazos. No quería soltarla; adoraba su aroma. Empecé a besar su cuello, su hombro; mis manos recorrían su piel.
—Mmm… buenos días, amor.
Se retorció como un pequeño gatito entre mis brazos. Había pasado una semana desde que nos atacaron. Enzo se había llevado a Alessia porque estaba muy nerviosa, pero dejó a Raid a cargo con vigilancia extra. Nada era suficiente para cuidar a nuestra familia; siempre serían prioridad para nosotros.
—Buenos días, mi flor. ¿Cómo dormiste?
—Bien, los bebés no molestan.
—Nuestros bebés son perfectos… como tú.
Sonrió y al fin abrió sus ojos. Esos hermosos ojos grises. Solo rogaba que alguno de mis bebés los heredara; aún eran muy pequeños para saberlo.
—Amor… quiero salir con Jacke y tu madre, solo al centro comercial. Hemos estado encerradas por mucho tiempo.
—Mi flor, sabes que es peligroso.
—Pero, amor… de verdad necesito aire.
—Está bien, lo pensaré.
Dalia subió sobre mí y me llenó de besos, haciéndome sonreír.
—Te