Eres mía, solo mía

ALESSANDRO

El camino de regreso fue un infierno.

Jacke no dijo una palabra, y yo tampoco. El silencio era más ruidoso que cualquier grito. La ciudad pasaba lenta frente al parabrisas, pero yo solo podía ver sus manos apretadas sobre sus piernas, su respiración entrecortada, pero su barbilla levantada de manera desafiante.

Cada músculo de mi espalda estaba tenso.

Sentía el corazón latiendo como si quisiera escapar del pecho, y cada imagen de ella, sonriendo, mirando, riendo mientras otros hombres se movían semidesnudos frente a ella, me quemaba por dentro. Estuve a punto de cortarle las manos a ese tarado que tomó su mano para que lo tocara.

Cuando llegamos, apagué el motor.

Ni siquiera la miré al principio. Bajé del auto, di la vuelta y abrí su puerta.

Jacke bajó despacio, con la cabeza erguida, pero sus ojos cautos. Caminó delante de mí, subiendo los escalones de la mansión sin atreverse a mirarme.

Entró. Cerré la puerta tras nosotros.

El golpe seco del marco resonó como una sentenci
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