DALIA
El amanecer fue distinto. La pesadilla del atentado todavía revoloteaba en mi mente, pero el recuerdo de la casa de mi padre y del viejo coche restaurado brillaba tanto que había logrado opacar todo lo malo. Adriano me lo había devuelto todo, y con eso había devuelto también una parte de mí que creía perdida para siempre.
Dormimos en la mansión, pero habíamos acordado que esa casa sería mi refugio. Mi espacio seguro. El lugar al que acudiría cuando necesitara sentir a papá cerca o cuando el mundo se volviera demasiado ruidoso. Solo eso me daba paz.
Al despertar, Adriano me sorprendió con el desayuno en la cama. Su manera de mirarme, de servirme el café, de insistir en probar primero el jugo “para comprobar que no estaba muy dulce” me arrancó una risa suave que me alivió el pecho. Luego vino la ducha… y con ella esa atracción feroz que me dejaba sin fuerzas cada vez que estábamos juntos. Era como si su piel emitiera electricidad y mi cuerpo fuera un cable dispuesto a encenderse a