El rastro del veneno

ENZO

La sala de juntas del piso catorce tenía una vista perfecta de la ciudad… y, aun así, nadie la miraba. Las persianas estaban medio bajas, las luces tenues, la mesa larga cubierta de carpetas, capturas de cámaras, mapas señalados con rotuladores y tres vasos con café que ya sabían a hierro.

Gael entró sin pedir permiso, tiró su saco en la primera silla y me clavó los ojos.

—Que tenemos

Lia ya estaba de pie, apoyada con los nudillos sobre la mesa, su pelo blanco recogido tan tirante como la rabia en su mandíbula. Analena, sentada a un lado, sostenía una tablet con las últimas descargas de cámaras de tránsito. Y Raid, mi hombre de confianza, estaba a mi lado, con un cuaderno negro lleno de números y una Tablet llena de videos.

Respiré hondo. Cada vez que cerraba los ojos, veía a Dalia en brazos de Adriano, la vida escapándosele por la herida. Ese recuerdo no iba a irse pronto.

—Todos los atacantes que quedaron vivos —dije— se envenenaron antes de que pudiéramos interrogarlos. Cápsu
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