ADRIANO
Nunca pensé que algo tan simple como caminar por una feria pudiera hacerme sentir tan… completo.
El suelo de tierra, el olor a pan recién horneado, el murmullo de la gente regateando y los colores de los puestos de frutas y verduras… nada de esto estaba en mi mundo habitual. Un CEO poderoso como yo debería estar en salas de juntas o conduciendo reuniones con cifras millonarias, no cargando bolsas de papas y tomates. Pero ahí estaba, con el brazo casi torcido de tanto peso, viendo cómo Dalia sonreía mientras escogía frutas.
—Estas están perfectas —dijo, levantando un racimo de uvas que se veían deliciosas.
Yo apenas podía dejar de mirarla. Tenía el cabello suelto, algo despeinado por el viento, y sus manos recorrían las frutas con una delicadeza que me recordaba todo lo que había perdido. Todo lo que había echado a perder.
—Mamá y Nana te extrañan —comenté, intentando que mi voz sonara casual—. ¿Te gustaría ir a almorzar?
Ella me miró por un segundo, y esa pequeña sonrisa en su