DALIA
Me acomodé en el sofá con la manta sobre las piernas, aunque en realidad no me quedaba quieta ni un segundo. Mi corazón iba más rápido que los de mis tres pequeños juntos, latiendo con fuerza bajo mi mano.
—Amor… —miré a Adriano, y luego a Alessandro—. Josefo, escúchenme bien los dos. Yo adoro a Jacke, ella es más que mi prima, es mi hermana. Y también adoro a este hombre terco que tengo al lado, porque es mi vida. ¿Qué ganamos si siguen midiéndose con armas y amenazas?
Adriano apretó mi mano, sin apartar la mirada de su primo.
—Lo que ganamos es que tu seguridad no esté en peligro por este hombre y por la madre que lo parió —gruñó.
Suspiré.
—¿Es acaso que ustedes no pueden llevarse bien? —los miré a ambos, uno frente al otro, tan iguales en los ojos que dolía—. Tienen la misma sangre. Sin la madre de Alessandro de por medio, no hay razón para que se odien.
Alessandro se inclinó un poco hacia adelante.
—Prima, como te dije, no me interesa seguir esta guerra, pero mi madre no par