VALERIO VISCONTI
Desperté sintiendo el calor de una mano entrelazada con la mía.
No necesitaba abrir los ojos para saber de quién era. Su aroma, su piel, su presencia… era Sara.
Mi Sara.
Abrí los ojos lentamente, la habitación estaba bañada por la luz del sol, debía ser como medio día por la intensidad del brillo. Ella estaba ahí, dormida sobre el borde de la cama, con la cabeza apoyada en su brazo, todavía sosteniendo mi mano.
La observé un momento en silencio. Incluso agotada, era lo más hermoso que había visto en toda mi vida. Acaricié su cabello con suavidad para no asustarla.
—Hola, Sarita… —murmuré, apenas un suspiro.
Sus ojos se abrieron al instante.
—¡Valerio! —exclamó, con la voz quebrada—. ¡Despertaste!
Sonreí débilmente.
—Hola, amor… ¿cómo te sientes? —pregunté, aunque sabía que debía ser yo quien respondiera eso.
—¿Yo? —rió con alivio—. ¿Cómo me siento yo? ¡La pregunta es cómo estás tú!
—Mejor —respondí con voz ronca—. Más vivo, creo. ¿Y tú? ¿Comiste algo?
Ella asintió sua