Defendiendo a mi flor.
ADRIANO
Desde el asiento del coche, el mundo se veía como a través de un cristal empañado. No por la ventana, sino por la forma en que la miraba.
Dalia caminaba por la acera con sus cuadernos contra el pecho, como si fueran un escudo invisible. Sus pasos eran ligeros, tranquilos… hasta que un hombre se atravesó frente a ella.
No hizo falta que me acercara para saber que algo en su cuerpo cambió. Lo leí en la tensión de sus hombros, en la forma en que dio medio paso atrás, como quien quiere huir pero no puede.
El tipo se inclinó hacia ella. Vi sus labios moverse, vi a Dalia responder con frialdad. Intentó pasar, pero él le bloqueó el camino.
Y entonces lo hizo.
La tocó.
En ese instante ya estaba fuera del coche.
—Creí escuchar que no quiere nada contigo —dije, atrapándole la muñeca antes de que pudiera apartarse de ella. La piel bajo mis dedos era hueso y tendones, frágil, pero lo suficiente para retorcerse con un simple giro.
El tipo balbuceó, intentando soltarme.
Apreté un poco más.