DALIA
Cuando abrí la puerta esa mañana, el aire fresco de la calle entró de golpe, acariciándome el rostro con ese aroma limpio que solo existe temprano, antes de que el ruido y el humo de la ciudad lo manchen. Di un paso hacia afuera… y lo vi.
El mismo ramo.
Dalias rojas y blancas, entrelazadas con ramitas de lavanda fresca. El contraste de colores parecía un cuadro pintado con paciencia: la intensidad apasionada del rojo, la pureza del blanco, y el toque suave y relajante del morado.
No necesité acercarme para que su perfume me envolviera. Ese aroma ya me resultaba familiar… tanto que, aunque no quería admitirlo, lo esperaba.
Era la cuarta vez.
Me agaché lentamente, como si al moverme demasiado rápido pudiera romper el hechizo. Mis dedos rozaron los pétalos: suaves, frescos, perfectos. En medio, una tarjeta sencilla, sin adornos excesivos, pero con letras firmes, seguras, escritas con intención.
"Como las dalias, seguiré perseverando para obtener tu corazón."
El corazón me dio un vu