De vuelta a mi vida secreta.
ADRIANO
El vapor de la ducha aún me cubría la piel cuando bajamos a cenar. Dalia estaba radiante, con esa sonrisa serena que solo mostraba después de entregarse a mí sin reservas. Yo no podía dejar de mirarla: los rizos húmedos cayéndole por la espalda, la piel sonrojada, la ternura en sus ojos.
Mamá nos esperaba en el comedor, con una sonrisa demasiado pícara en el rostro.
—¿Y bien? —me miró a mí y luego a Dalia—. ¿Calmaste a la bestia celosa?
Dalia solo sonrió, bajando la cabeza como si su rubor hablara por ella.
Yo arqueé una ceja y lancé una carcajada seca.
—Ja, qué graciosa, mamá.
Mamá se encogió de hombros, con una sonrisa burlona.
—Pff, ¿no voy a conocer a mi hijo? Muy guapo el wedding planner, por cierto.
Dalia levantó la vista y, sin titubear, replicó con suavidad:
—No tanto como Adriano.
Sonreí de lado, satisfecho, y la tensión que me había quedado en el pecho se disolvió como humo.
Comenzamos a cenar. El cuchillo cortaba la carne con precisión y yo mismo serví los trozos