DALIA
La casa era pequeña, pero cálida.
Y el jardín… mi pequeño refugio.
Me agaché frente a los arbustos, dejando que el aroma suave de las lavandas impregnara mis manos, mi ropa, mis recuerdos.
Había plantado cada tallo de Lavanda y cada semilla de dalias con cuidado.
Sabía que la lavanda era su esencia favorita desde que se la mostré.
Y aunque ya no tenía sentido recordarlo, lo hacía igual.
El viento mecía las flores, como si supieran su nombre. Recordé cuando me miraba con sus ojos llenos de dulzura y me decía que mandaría a plantar más lavandas, y si comprábamos nuestra casa, haría un jardín de lavandas solo para mí, y dalias para que le llevará a papá.
Adriano.
Lo susurré en mi mente.
Solo ahí.
Porque ya no me pertenecía ni siquiera su eco. Tenía un pequeño jardín de lavandas y de dalias, una para recordarlo a él y otra para llevarle a mi padre.
Me puse de pie, sacudí la tierra de mis manos y tomé el delantal.
Era hora de ir a trabajar.
El minimarket no quedaba lejos.
Solo a un