Todo empezó la primera vez que Enzo me cuidó. Alessandro lo había dejado a cargo de mi seguridad porque tenía que resolver un asunto con Adriano. Yo no esperaba nada, solo silencio incómodo. Pero Enzo era diferente.
Me observaba sin invadir, atento pero respetuoso. Esa noche, mientras me preparaba un té, notó la cicatriz en mi brazo. Yo me tensé de inmediato, quise cubrirla, inventar una excusa, pero él no me dejó huir.
—¿Quién te hizo eso? —preguntó, su voz tan baja que parecía un secreto compartido.
Sentí que me encogía. No quería hablar, no quería revivirlo. Pero algo en su mirada, esos ojos verdes intensos que parecían lee