El Peso de lo no Dicho.
Hay silencios que no se imponen desde afuera, se cultivan.
Lo comprendí esa noche en la que la casa estaba tan quieta que parecía contener la respiración. Noah dormía al otro lado del pasillo, no había televisores encendidos, ni electrodomésticos vibrando, ni notificaciones reclamando mi atención. Todo estaba en su lugar, demasiado silencioso para mi gusto. Tanta calma ya me resultaba inquietante.
Y aun así, yo no lograba sentarme, sentía dentro de lo más profundo de mi ser que algo andaba mal.
Caminé descalza sobre el piso frío, de una habitación a otra, como si estuviera esperando que alguien me llamara, como si mi cuerpo no supiera qué hacer cuando no estaba respondiendo a una urgencia.
Me detuve frente a la ventana de la sala de estar. Afuera, la ciudad seguía viva, indiferente.
Pensé en cuántas veces había deseado este silencio, este respiro. Y en cómo ahora me resultaba insoportable.
Fue entonces cuando me vi reflejada en el espejo del pasillo.
No fue una sorpresa inmediata. No