Después del Susto.

La oscuridad no cayó: se desplomó.

Una especie de látigo de sombra que apagó todo de golpe, como si alguien hubiese arrancado la ciudad de un tirón del enchufe.

Noah se aferró a mi brazo y escuché su respiración acelerarse, chiquita, húmeda, temblorosa. No lo veía, pero podía sentir el calor de su frente contra mi hombro.

—Mamá… —susurró.

Y al mismo tiempo, sentí el brazo de Caelan rodeándonos a ambos, un gesto instintivo, casi salvaje. Lo escuché acomodar a Noah contra su pecho, como si lo hubiese hecho toda la vida.

Y ahí lo supe: Él lo sabe.

Ya no necesita preguntas. No necesita pruebas. Lo sostiene como si finalmente hubiese encontrado algo que llevaba años buscando sin permitirse admitirlo, pero no hay tiempo para procesarlo.

Porque los pasos…los pasos siguen ahí.

En el pasillo, lentos primero, luego arrastrados. Un ritmo irregular, como si alguien caminara con una pierna que no le responde.

—Quédate detrás de mí —dice Caelan, su voz baja, afilada.

Dorian ya se movió. No sé cómo
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