El Apagón.

No sé en qué momento exacto empezó a quebrarse todo, pero esa mañana… esa mañana desperté sintiendo que mi cuerpo no era mío.

Como si hubiera dormido dentro de un cuerpo prestado, uno que no entiende mis órdenes, que no me obedece, que apenas puede mantenerse en pie.

Quizás ese fue el primer síntoma: el vacío en el estómago que no era hambre, sino un hueco abierto. Un hueco que no recordaba haber tenido antes.

O tal vez sí. Tal vez siempre estuvo ahí, escondido bajo capas de rutina, de obligaciones, de sonrisas falsas que fingían que todo estaba bien.

Pero esa mañana, el hueco decidió mostrarse sin vergüenza.

Me levanté con la sensación de que había pasado la noche entera corriendo. Tenía la respiración cortada, la boca seca, la piel helada.

Apenas puse un pie en el suelo, me mareé.

Me apoyé en la pared, tratando de recordar cómo se inhalaba y se exhalaba, como si fuera una habilidad que había olvidado.

El pasillo hacia el baño se me hizo interminable. Cada paso parecía dado dentro de
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