Cuando el Silencio Asfixia.
El día que Nora se fue no pasó nada extraordinario.
No hubo discusión, no hubo despedidas largas, no hubo promesas solemnes.
Eso fue lo que lo volvió inquietante.
Se levantó temprano, como siempre. Preparó café sin preguntarme si yo quería, y me dejó una taza servida igual. Se movía por el departamento con esa naturalidad que solo tienen las personas que no sienten que están invadiendo nada.
—Tengo que volver —dijo, mientras se ponía la campera—. Trabajo, lo de siempre.
Asentí.
Noah estaba sentado en el piso, armando algo con bloques. Levantó la vista cuando escuchó el ruido de la puerta.
—¿Te vas? —preguntó.
—Sí, mi amor —respondió Nora, agachándose frente a él—. Pero vuelvo.
No dijo cuándo, no hizo un juramento.
Le despeinó el pelo y me miró a mí, por encima de su cabeza.
Fue una mirada corta, pero cargada de cosas que no necesitaban palabras. No era advertencia, no era miedo, era algo más simple y más pesado: presencia.
Cuando la puerta se cerró, el sonido no fue fuerte. Ni siquier