Las Cosas que se Heredan.
No me di cuenta al principio, fue una frase suelta, dicha sin intención, como dicen los niños las cosas que escuchan sin entenderlas del todo.
Estábamos en la cocina, una mañana cualquiera, sin apuro real. Noah estaba sentado en la mesa, balanceando las piernas, esperando que el pan saltara de la tostadora.
—No hagas ruido —dijo de pronto—. Capaz alguien se asusta.
Me quedé quieta.
No porque la frase fuera alarmante, no porque fuera incorrecta, sino porque era mía.
No en esas palabras exactas, tal vez, pero en el tono. En la lógica, en esa idea de que el ruido no es neutro, de que siempre hay alguien que puede reaccionar mal, de que es mejor anticiparse.
—¿Quién se asusta? —pregunté, fingiendo ligereza.
Noah se encogió de hombros.
—No sé, alguien.
Aceptó la tostada cuando saltó, sin sobresaltarse. Mordió con cuidado, como si el pan caliente también pudiera fallar.
Ahí lo sentí, ese movimiento interno, incómodo, parecido a cuando una canción te recuerda algo que preferirías no ubicar.