La Esposa Maldita del Alfa sin Corazón
La Esposa Maldita del Alfa sin Corazón
Por: D. Meiler
Prólogo

El silencio en el despacho de la directora era sofocante. Las cortinas pesadas apenas dejaban entrar la luz de la luna, y el aire estaba impregnado con el aroma dulzón de las velas encendidas. La mujer, rígida tras su escritorio de roble, no podía ocultar el leve temblor de sus manos al enfrentarse al hombre que tenía delante.

Dante Kaelthorn no necesitaba presentaciones. Su sola presencia llenaba la estancia con un poder que helaba la sangre. El Alfa sin corazón, así lo llamaban, con esa reputación de frialdad y brutalidad que precedía su nombre. Alto, de porte imponente, lo observaba todo con una calma peligrosa, como un lobo acechando a su presa.

Su presencia en el Internado había sido anunciada con anticipación. Los preparativos para recibirlo fueron hechos. Aún así nadie está realmente preparado para lo que impone su presencia. Y aunque se dispusieron todas las jóvenes del Internado, y se le ofrecieron las mejores... Él ya iba con una idea en mente. Y cuando un Alfa como él impone su mandato, es difícil de cuestionar.

—Debo insistir, señor Kaelthorn —comenzó la directora, con la voz tensa—. Está cometiendo un error. Entre nuestras jóvenes hay muchas omegas perfectas, vírgenes, educadas con esmero para satisfacer las necesidades de un esposo como usted. Pero esa muchacha… —se detuvo, como si pronunciar su nombre fuera ya un desacato—, no es adecuada.

Dante ladeó apenas la cabeza, con una sonrisa fría. Le molestaba tener que explicar sus motivos como si ellos debieran decidir a quién elegiría.

—¿Inadecuada? —repitió, su voz grave reverberando en la habitación—. He visto sus ojos de desafío, no me tomará nada por sorpresa. Aún así ningúna otra aquí me interesa.

La directora apretó los labios.

—Es rebelde. Desobediente. Y, lo más importante, ya no es pura. Ha… manchado la reputación del internado. Nadie la querría.

El alfa se inclinó hacia adelante, apoyando ambas manos sobre el escritorio. Sus ojos penetrantes destellaron como brasas.

—La quiero a ella.

Las palabras quedaron flotando en el aire como un decreto imposible de discutir. La directora tragó saliva, incapaz de sostenerle la mirada.

—No comprende lo que dice… ella es… peligrosa. —Su voz bajó a un murmullo, cargado de temor—. No es como las demás.

Un silencio pesado siguió, roto solo por el sonido de la respiración controlada de Dante. Él se incorporó lentamente, como si la paciencia se le agotara.

—Créame, directora —susurró con un filo en la voz que erizó la piel de la mujer—, sé exactamente lo que es… y por eso mismo será mía.

Se volvió hacia la puerta, como si el asunto estuviera ya cerrado. Antes de salir, se detuvo apenas un segundo, lanzando una última sentencia que dejó a la directora sin aliento:

—Vaya preparando a Selene Veyra. Esta noche, su destino cambia para siempre.

La puerta se cerró con un golpe seco, y la directora quedó sola en la penumbra, con el corazón acelerado. Afuera, el eco de los pasos de Dante Kaelthorn resonaba como un juramento.

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