Capítulo 40. Los pirozhki.
POV: Gaspar
Nadie intervino. No porque tuvieran miedo de mí —que lo tenían—, sino porque entendieron que esa era la forma adecuada de expresarse en ese momento.
—Escucha con atención, Moretti —dije sin alterar el tono de voz—, aquí nadie habla de mi mujer. Nadie. Ni en broma, ni con cuchicheos, ni a medias. Y, si no te ha quedado claro, puedo enseñártelo una y otra vez hasta que aprendas a cerrar la boca antes de abrirla.
Iván soltó una risa corta y seca. Los chicos de la Bratva también rieron, más sueltos, mirando las mejillas ígneas de Moretti.
—Mira, el rojo Moretti —dijo uno con un italiano torcido—. Parece un tomate.
Se escucharon un par de carcajadas en la mesa. Yo no sonreí. Hice un gesto a un camarero, que trajo una servilleta húmeda y la dejó a un palmo de Moretti. Él no la cogió.
—Levántate —le ordené.
Se levantó, bajó la mirada y se ajustó el saco. El odio le salía por los poros como perfume barato.
—Siéntate —dije con rudeza.
Se sentó.
—Bien. —Volví a mi silla—. Continuemo