Capítulo 32. Un lugar donde no hay nadie.
El pasillo del tercer piso estaba en penumbra. La puerta de nuestra habitación estaba cerrada con llave por dentro.
La giré. Sonó ese clic suave que ya dispara mi memoria corporal. Entré y no encendí la luz aún. Reconocí la silueta de él junto al ventanal.
—Cierra —pidió.
Cerré. Me apoyé en la madera. Esperé y oí cómo se acercaban sus pasos. Se detuvieron a un palmo de distancia. No me tocó, solo me dejó olerlo. Tuve que agarrarme a la manija para no acercarme antes de tiempo.
—Hoy decides tú —susurró—. Dame una orden.
Sentí la tentación de pedir lo más fácil, pero no lo hice. Respiré hondo y mi voz sonó firme:
—Quiero que me mires como esta mañana. Sin tocarme y no parpadees hasta que te lo diga.
—Hecho.
Encendí la luz de la lámpara de la mesita, cálida y baja. Caminé hasta el centro del cuarto. Di una vuelta despacio. Su mirada me siguió, pero no parpadeó.
Se notaba el esfuerzo en la línea tensa de su mandíbula. Lo disfruté. Me aferré a ese nuevo poder que había adquirido. Le hice u