AMBER PIERCE
Desperté mareada con la luz blanca cegándome. Cuando quise moverme, no pude, mis manos tenían correas de cuero forradas en el interior por fieltro. Levanté la cabeza para distinguir el cuarto de hospital. Parecía gentil, con cuadros en las paredes blancas y un adorno floral en el mueble de enfrente, eran peonías, las mismas flores que a Anthony le gustaba regalarme.
—Tranquila… No te alteres, estás a salvo —escuché la voz de una mujer, pero no podía ver—. Entre más nerviosa te encuentres, la anestesia no te hará efecto y sentirás todo el dolor que deseamos evitar.
—¡No dejaré que me quiten a mis bebés! —grité furiosa, esforzándome por liberarme, tirando de las correas, aunque estas me lastimaran las muñecas.
—Cariño, no solo perderás a tus bebés… —susurró la mujer con paciencia, confiando en que no podría desatarme.
Escuché sus pasos causando eco en la habitación hasta que por fin llegó a mi lado. Cuando la vi me horroricé. Vestía con elegancia, un traje costoso hecho a