AMBER PIERCE
Tragué saliva con dificultad y me subí a la mesa, aferrándome con ambas manos al tubo para no caer, mientras el nerviosismo me devoraba viva y me mantenía confundida. Intenté cargar el peso de mi cuerpo solo con las manos aferradas al tubo de metal, pero me di cuenta de que se necesitaba más que buenas intenciones, se necesita práctica y fuerza, ambas cosas que yo no tenía.
—No, demasiado peligroso —susurré y me mordí los labios—. Puedo morir.
No mentía, ya podía imaginarme cayendo y rompiéndome el cuello en cualquier borde. Entonces volteé hacia Byron, que esperaba paciente y mi sentido común se activó por primera vez desde que había entrado a ese tugurio.
—Ah… ¿De qué sirve ponerme a bailar si tú estás ciego? —pregunté arqueando una ceja. Hablaba en serio. ¿Qué sentido tenía bailarle a un ciego? ¿A quién se le había ocurrido la brillante idea?
Me quedé parada ahí, incómoda y confundida, viéndolo. Su rostro era una máscara fría que no me daba una respuesta hasta que