AMBER PIERCE
«Entonces la vi, en medio de la pista, bailando. Todas las miradas estaban en ella y para mí el resto del mundo había desaparecido y solo podía verla a ella. Lo supe, tenía que ser mi mujer y empecé preguntando su nombre: Charlotte».
Cerré el diario y resoplé con molestia. Creí que encontraría algo personal sobre Byron, recuerdos de su infancia, incluso proyectos de la empresa, pero el diario solo hablaba de Charlotte, de lo maravillosa que era y de cómo la adoraba.
Mi curiosidad se había convertido en tortura y de nuevo las preguntas me atormentaban:
Si él creía que yo era Charlotte, entonces… ¿Por qué me trataba tan mal?
Si él ya sabía que yo no era Charlotte, entonces… ¿Por qué me mantenía a su lado?
Nada tenía sentido y entre más lo pensaba más se me revolvía el estómago. Entonces mi teléfono comenzó a vibrar, era la alarma que me decía que era hora de tomarme los anticonceptivos.
Me levanté de la cama casi de un salto, aunque el cuerpo me dolía. No me había sorpr