AMBER PIERCE
Las palabras de Byron me habían llevado muy alto, me había sentido querida y respetada por un momento, hasta que el nombre de Charlotte apareció. Una vez dejando claro todo, se dirigió hacia la puerta de la cocina con una única encomienda que me resultó ofensiva.
—Madre, no puedo hacer que quieras a Charlotte, pero sí que dejes de molestarla y respetes que es mi esposa —sentenció antes de dejarnos solas, con el aroma de la comida inundando el ambiente, con mi corazón roto y la mirada de la señora Harrington llena de orgullo.
—¿Te das cuenta por fin? Para él no existes —dijo cuando el silencio se volvió insufrible—. ¿Crees que, si el día de mañana él recupera la vista, te agradecerá por haberlo cuidado? ¡No! ¡No lo hará! ¡Lo primero que hará será preguntar por ella, en tu maldita cara, porque él no quiere piedad ni el amor de una mujer que no le interesa!
—¡Ya lo sé! —respondí molesta—. Si él recupera la vista y me echa, me voy, no hay más. Las cosas no terminarán antes