El auto avanzaba por las calles, sumergido en un silencio que se extendía más allá del mediodía. Bianca se mantuvo callada, absorta en sus pensamientos, mientras Eric conducía con un aire de serena concentración. De repente, el silencio fue interrumpido por un ruido inoportuno: el rugido del estómago de Bianca. Se sintió avergonzada, se aclaró la garganta y trató de disimular. Eric, sin embargo, la miró de reojo y esbozó una sonrisa.
—Me detendré, vamos a comer en un restaurante —emitió él, rompiendo la tensión.
—No creo que sea necesario —respondió ella, apresurada—. Es mejor que vayamos directamente a la compañía. No es necesario que compartamos una comida.
Eric resopló, su paciencia a punto de agotarse.
—¿Acaso eres un robot que no necesita alimentarse? —dijo, con un toque de impaciencia—. Ya es más allá del mediodía y muero de hambre, y estoy seguro de que tú también. Además, todo esto también forma parte del trabajo.
Bianca se rindió, resignada. Sabía que no había forma de