Bianca llegó a su hogar arrastrando el peso de un día agotador. La oficina de Eric Harrington era un desastre emocional que la dejaba exhausta. Sin embargo, en el momento en que vio las caras de sus mellizos, Olivia y Henry, toda la fatiga se disipó. Sus risas y sus abrazos eran la recarga de energía que siempre necesitaba.
—¿Ya cenaron, mis amores? —les preguntó, estrechándolos contra sí.
Henry asintió con entusiasmo.
—¡Sí, mami! Julia nos preparó unos sándwiches de atún deliciosos y un batido de manzana.
—Es verdad, mami —intervino Olivia, con la boca manchada de fruta—. Julia cocina muy rico.
Bianca sonrió, apretando la naricita de su hija y besando su frente.
—Me encanta que a los dos les guste comer y no solo golosinas —les dijo, y los niños sonrieron con orgullo.
—Ahora, a cepillarse los dientes —ordenó con suavidad—. Ya saben que mañana hay que levantarse temprano para ir al colegio.
—¡Está bien, mamá! ¡Buenas noches! —contestaron los dos al unísono, dándole un beso a cada un