La jornada laboral había terminado, y Eric se sentía como si una losa de cemento le oprimiera el pecho. La llamada a Elara había sido un paso arriesgado, pero necesario. Sin embargo, la incertidumbre de la reacción de Bianca y la inminente confesión a sus padres lo tenían al límite. Por eso, la propuesta de Isaac le pareció la válvula de escape perfecta.
—¿Qué tal si vamos a beber un poco? —preguntó Isaac, con una sonrisa pícara—. Hace mucho que no lo hacemos.
Eric lo miró, serio.
—¿Hace mucho? —replicó, alzando una ceja—. Amigo, ¿estás seguro de eso? No ha pasado tanto tiempo desde la última vez que bebimos.
Isaac soltó una carcajada, reconociendo la verdad en las palabras de su amigo.
—Tienes razón, lo admito —dijo, riendo—. Pero vamos, una noche de copas nos vendría bien. Necesitas despejarte. Yo también.
Eric asintió, una sonrisa fugaz cruzó su rostro. Ambos se dirigieron a un bar ruidoso en la ciudad.
En su lujosa residencia, Jackeline no podía sacarse de la cabeza la visit