A medida que el auto devoraba el asfalto, Bianca se sentía como si estuviera a la deriva en un mar de pensamientos turbulentos. La idea de trabajar para Eric Harrington —el hombre que la había atormentado— era un ancla pesada que la arrastraba. Rugió de frustración, un sonido gutural que se perdió en el estruendo del motor, y pisó el acelerador. El mundo exterior se volvió un borrón, un reflejo de su mente agitada. Quería huir de la realidad, de la certeza de que su pesadilla laboral estaba a punto de revivirse.
En poco tiempo, el vehículo se detuvo frente al imponente edificio donde vivía. Bianca salió, sintiendo el frío de la noche colarse por sus huesos. El silencio del ascensor le dio un respiro, un momento de quietud antes de enfrentarse a su hogar—y a sí misma. Al abrir la puerta de su departamento, Julia la recibió con su habitual sonrisa cálida y una luz que siempre lograba calmarla.
—¡Hola, Bianca! Has llegado.
—Hola, Julia..Sí, ya estoy aquí. Lamento mucho llegar tarde, pe