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Eric tenía el desayuno frente a él, pero no probaba bocado. La mirada de sus padres era una presencia tangible que lo hacía sentir como si estuvieran leyendo cada uno de sus pensamientos. En cualquier otro momento, la atención de sus progenitores le habría parecido normal, incluso reconfortante, pero hoy era diferente.

George, como si percibiera el nerviosismo de su hijo, se aclaró la garganta.

—Eric —comenzó, su voz suave y grave—, ¿todavía estás muy saturado de trabajo? ¿Las cosas marchan del mismo modo en la compañía? Sinceramente, me gustaría echarte una mano, pero tú sabes que tengo mis propios asuntos. De todas formas, me has demostrado que eres el indicado para continuar con el trabajo. Eres realmente increíble, hijo. Estoy muy orgulloso de ti.

El cumplido, inesperado y sincero, hizo que Eric levantara la vista. Ni Jackeline ni él esperaban que George, un hombre que rara vez expresaba sus emociones, se desbordara de esa manera. Eric sintió un nudo en la garganta.

—Graci
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