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Bianca sabía que no podía verse terrible. La imagen de sus hijos, y menos aún la de Julia, la niñera, mirándola con preocupación, la obligaron a detener las lágrimas. Se obligó a calmarse, a recomponerse, a aparentar que todo estaba bien.

Además, le debía una disculpa a Julia. La pobre muchacha no le había hecho nada y, seguramente, había estado preocupada, preguntando por ella. Aceleró el paso, desesperada por llegar a su apartamento.

Cuando Julia abrió la puerta, Bianca se sintió invadida por la vergüenza.

—Lamento mucho aparecerme a esta hora, Julia —comenzó, con la voz aún un poco rasposa—. La verdad no llamé porque surgieron algunas cosas, pero ya estoy aquí. ¿Has descansado bien, Julia? ¿Y dónde están los niños?

Julia sonrió con la calidez que siempre la caracterizaba.

—No te preocupes, Bianca. Los niños siempre se portan muy bien y pude aprovechar para continuar estudiando. En este momento se encuentran durmiendo. Todo está bien.

Un suspiro de alivio escapó de los labios de B
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