Pero aún había una pregunta inevitable que hacerle.
—Bianca —comenzó Lorena, su voz suave y considerada—, sé que es pronto para hablar de esto, pero... ¿tienes a dónde ir cuando te den el alta? ¿Algún familiar, amigos cercanos aquí en la ciudad que puedan ayudarte?
Bianca desvió la mirada hacia la ventana, donde el cielo se extendía en un azul inmaculado. Negó con la cabeza lentamente, sus ojos llenándose de una tristeza palpable.
—No, Lorena. No tengo.
La voz de Bianca se quebró al final, la vulnerabilidad de su situación, la soledad, era una carga pesada. La idea de quedar desamparada, sin un lugar seguro donde recuperarse, la asfixiaba.
Lorena sintió un nudo en el estómago. No podía concebir dejar a esta joven, tan frágil y vulnerable, a su suerte después de todo lo que había pasado. La había salvado de la muerte, y ahora sentía una responsabilidad, una conexión profunda.
—Bianca, yo... —Lorena respiró hondo, buscando las palabras adecuadas. —Sé que apenas nos conocemos, per