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De regreso a casa, Julia no podía dejar de pensar en lo que había pasado en la heladería. El gesto de Isaac había sido tan bonito, tan caballeroso. Sentía una poco de gratitud y una punzada de vergüenza. El hecho de que él pagara sus helados la hacía sentir en deuda, y odiaba la sensación de no poder valerse por sí misma, aunque fuese por un imprevisto. El incidente la había afectado más de lo que quería admitir.

Finalmente, al llegar al apartamento, Julia se sentó en el sofá, aún con la mente en el encuentro. Los niños se quitaron las mochilas y las abrieron en busca de sus cuadernos.

—¡Julia, Julia, Julia! —exclamaron a la vez, con los ojos bien abiertos.

—Creo que tenemos muchísima tarea —dijo Henry, con un puchero.

—¿Nos ayudas? —preguntó Olivia, acercándose a ella con sus cuadernos.

Julia, que estaba perdida en sus pensamientos, miró a los niños y se esforzó por sonreírles, fingiendo que todo estaba bien.

—Claro que sí, pequeños. Vamos a revisar la tarea y los ayudaré. No se preo
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