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La mención de los niños hizo que el corazón de Eric se acelerara. La esperanza que había sentido en la mañana se intensificó. Dejó su portafolio sobre el escritorio y se recostó contra el borde, manteniéndose cerca de ella, pero respetando su espacio.

—Estoy escuchándote —empezó diciendo, asintiendo lentamente—. ¿Qué quieres decirme sobre ellos?

Bianca se armó de valor. Sabía que esta conversación era crucial para el futuro de sus hijos.

—He pensado mucho en todo esto. Y… creo que los mellizos merecen tener a su padre.

Eric sintió que el aire le faltaba. ¿Estaba escuchando bien? ¿Después de todo el dolor, la desconfianza, la rabia, ella le estaba dando una oportunidad?

—¿Estás… estás hablando en serio? —preguntó, su voz casi un susurro.

—Estoy hablando en serio, Eric. —Asintió, con la mirada firme—. No estoy de acuerdo con muchas de las cosas que has hecho, pero he comprendido que los niños no tienen por qué pagar por nuestros errores. Ellos me han dicho lo mucho que anhelan te
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