Ania descansaba en su camilla, mirando hacia el blanco e inmaculado techo, mientras se acariciaba el vientre, al tiempo que derramaba lágrimas silenciosamente.
Ella agradecía al cielo inalcanzablemente el que se hubiera salvado uno de sus bebés, pero, por otro lado, sufría profundamente al pensar en la perdida del otro pequeño, era una guerra de sentimientos y sufrimiento lo que batallaba en su interior.
Pero ahora que había sucedido lo peor, Ania no pensaba dejar que la lastimaran de nuevo, ella pensaba proteger al bebé que le quedaba con fiereza y garras, usando las fuerzas que le quedaban.
Ania solo pedía con mucha fe, que los planes de Álvaro funcionarán.
Concentrada en ese pensamiento, repentinamente, la puerta de la habitación se azotó y un rostro desencajado por la furia, apareció.
— ¡Liam! — El corazón de Ania dio un sobresalto, al ver a su esposo entrar.
Pero el corazón de Ania no le latía acelerado de alegría o de emoción, sino por miedo ante la expresión de odio y re