Se armó de un poco de valor y miró por la hendidura. Lo vio arrodillado, el cuerpo deformado, pero temblando como un niño enfermo, sus garras clavadas en el suelo para no avanzar. Los ojos brillaban, sí, pero no con hambre, sino con dolor.
—¿Qué te han hecho? —murmuró Adara, más para sí que para él.
Él levantó el rostro hacia ella, con un destello de humanidad atravesando la bestialidad.
—Me han condenado a ser lo que más odian. Y ahora… a ti también.
Antes de que pudiera responder, un nuevo espasmo lo sacudió. Rugió con violencia y retrocedió hacia la penumbra, golpeándose contra las paredes como si luchara con su propio cuerpo.
Adara temblaba. Parte de ella quería huir, destrozar la puerta, lanzarse por una ventana si era necesario. Pero otra parte… otra parte se quedó inmóvil, con el corazón desgarrado por esa súplica humana que había escuchado.
La llave en sus manos podía ser la última oportunidad de sobrevivir esa noche y debía encontrar la jaula. Con costes retiró el arcón y se asomó por el pasillo, había oscuridad y a lo lejos un rayo de luna se veía.
Tenía que encontrar la jaula, aunque no sabía si era para encerrar al monstruo o un refugio, por más que intentaba que sus pasos no resonasen en el mármol; era inevitable.
Un ruido sonoro detrás de ella y escuchó que se acercaba, corrió por el pasillo abriendo puertas sin ver una jaula.
La criatura la perseguía, rugía y ella angustiosa entró a la última habitación y ¡allí estaba! La jaula era de plata y, en su desesperación, Adara abrió la jaula y la cerró con la llave quedándose adentro y la criatura entró en ese momento rompiendo la puerta.
Dios, mala idea, Adara, estás atrapada. La bestia rugía e intentó abrir la reja y aulló del dolor, vio que de sus garras salía humo.
Eso pareció enojarlo y volvió al ataque con el mismo resultado, no pudo tocar la reja y bufó molesto y se retiró aullando de la rabia.
Lo había logrado, estaba a salvo, encerrada, pero a salvo, ¿por cuánto tiempo? No lo sabía, pero ahora tenía claro que la plata lo mantenía a raya.
Se sentó agitada, sintiendo un cansancio extremo, el vestido le pesaba y comenzó a quitarse las joyas y la falda vaporosa. El corsé y quedó en ropa interior.
Escuchó un estruendo de platos y supo que estaba comiendo de la mesa que habían dispuesto, era mejor así, de esa forma atenuaban su apetito.
Cerró sus ojos y se arrimó a la pared cansada, otro aullido lastimero, estaba atrapada en un penoso matrimonio con un ser sobrenatural.
Pensó en su padre y en sus errores que ahora le pasaban factura, las cosas no tenían que ser así, ella era una chica de Lotar, un pueblo pequeño, pero su padre tenía grandes ambiciones y cometió muchos errores y ella era la moneda con la que se pagaba dichos errores.
Sus ojos se cerraban por el cansancio, todos la odiaban y ahora era la esposa de un monstruo, debió ser un castigo del Dios supremo. Los malos no pueden ser felices. Sollozó.
Escuchaba más tronar de las cosas, aullidos llenos de dolor, entre humanos y animales.
—Stefano —susurró—. Eres un monstruo que nadie quiere y ahora soy tu esposa para siempre.
Su esposo no era solo la bestia.
Era también el hombre que peleaba por no devorarla.Sentía su cuerpo molido. ¡Qué pesadilla tan horrible!
Se incorporó con dificultad y se vio dentro de una jaula. Su hermoso vestido estaba arrimado y fuera de la jaula el cuerpo desnudo de un hombre.
—No fue una pesadilla.
Con mucha desconfianza abrió la reja, necesitaba salir y ver quién era ese sujeto de gran tamaño echado en el suelo y sin ropa.
Caminó cerca de él y lo tocó con el pie, no se movía.
—¿Estará muerto?
Con temor se acercó a tocarlo y separar parte del cabello que tenía y vio el rostro de Stefano de Abrolia.
El mismo rostro que había visto en el retrato, aunque más pálido. Su torso desnudo brillaba de sudor; respiraba agitado, como quien ha luchado contra sí mismo hasta la extenuación.
—¡Eres tú!
No sabía qué hacer, si pedir ayuda o gritar aterrada. Por un claro, un rayo de sol entraba, era de día y buscó con qué cubrirlo y algo de agua.
—No sé qué sucede aquí, voy a pedir ayuda.
Intentó dar un paso y una fuerte mano tomó su tobillo.
—No, deja… Deja las cosas así.
Había despertado y ella no sabía cómo reaccionar ante ese hecho.
—¿Stefano?
Él alzó el rostro. Sus ojos, aún encendidos con un brillo extraño, se clavaron en ella.
—Te advertí… que te fueras.
Su voz era ronca, pero cargada de una fuerza que heló la sangre de Adara. Retrocedió un par de pasos, aunque no huyó.
—Eres mi esposo —susurró, y se sorprendió al escuchar la firmeza en su propia voz—. Tengo derecho a saber qué eres.
Él rio, con un sonido áspero, casi un lamento.
—¿Esposo? No. Soy una maldición con nombre de príncipe. Soy el secreto que mi padre esconde tras estas paredes en luna llena y una máquina de matar en días normales.Adara apretó los labios. El miedo aún la doblegaba, pero había algo más fuerte: la curiosidad.
—Ya amaneció, voy a buscar ayuda.
—Puedes hacerlo, tal vez te la den o se sorprendan de encontrarte con vida.
—Me hicieron casarme con un retrato. Me encerraron aquí, como si fuese un castigo. Quiero la verdad.
Stefano bajó la mirada. Sus cadenas tintinearon suavemente cuando movió las manos.
—La verdad es simple: ninguna princesa quiso manchar su linaje con un monstruo. Así que eligieron a la hija de un traidor. Un sacrificio elegante, un sello para mantenerme lejos del mundo.
Las palabras le golpearon más fuerte que cualquier rugido. Adara sintió vergüenza.
—¿Sacrificio…?
Él alzó la vista de nuevo, y en sus ojos se mezclaban rabia y dolor.
—Te entregaron a mí porque nadie más me querría. No fuiste escogida por tu virtud, sino porque eras desechable.
El corazón de Adara se encogió. Una punzada de orgullo herido recorrió sus venas, y por un instante olvidó el miedo.
—Soy Adara de Lotar —replicó, con la voz vibrando—. Hija de un traidor, sí, pero no soy desechable. Y aunque me hayan traído aquí contra mi voluntad, no voy a permitir que me reduzcan a eso.
El príncipe la miró sorprendido. En su gesto apareció, por primera vez, un atisbo de humanidad. El rastro de un hombre que aún existía bajo la fiera.
—Lamento decepcionarte.
—Debes levantarte, no puedo sola.
Intentó levantarlo y él le hizo una seña con la mano.
—Deja, ya me recuperaré, solo necesito tiempo y algo de comer.
Ella miró a todos lados y salió a buscar ayuda, bajó corriendo hasta el salón en donde, en efecto, el festín nupcial era todo un relajo.
Buscó algo de comer como carne, fruta y algo de agua, pensó en pedir ayuda, pero si las cosas eran como Stefano se lo había dicho nadie le daría una mano.
Subió y lo encontró boca arriba y cubierto su intimidad por la sabana.
—Encontré esto.
Le daba de comer y un poco de agua. Comió con dificultad, se sentía cansado.
—Esto solo pasa en luna llena.
Finalmente, Stefano desvió la vista, como si no soportara más.
—Prepárate, Adara de Lotar. Porque en esta torre, la única verdad es que no escaparás. Ni de mí, ni de lo que soy.
—Eso lo veremos.
Ella estaba agotada y necesitaba ayuda, al bajar escuchó que las puertas se abrían. La voz de la reina se hizo escuchar.
—¿Stefano? Hijo, ¿estás bien?
Se puso frente a ella causando conmoción en la reina.
—¿Se sorprende de que siga viva?
La reina no pudo responder, pues esperaba lo contrario, aunque eso le dio nuevas esperanzas al caso de su hijo.