Capítulo 3 Stefano

La reina subió con sus lacayos y atendió las heridas del joven.

—Hijo, te ves fatal.

—Cada vez me cuesta trabajo contenerme.

A forma de consuelo le dijo a su hijo.

—Estoy buscando los mejores sabios del mundo para ayudarte.

Como si desease cambiar de tema, le dijo con ironía.

—¿Una esposa, madre? ¿Es en serio?

—Idea de tu padre.

—Es hermosa, pero está aterrada y no la culpo. Si pudiera huir de mí, lo haría.

Al salir, Driana vio a la joven ya cambiada y le dijo.

—Me alegra que estés viva.

—¿En serio?

—Lo siento, Adara. Nunca esperé que esto sucediera.

—¿Qué pasó con él?

—Nadie lo sabe, nació con ese mal.

—¿Una maldición?

—Tal vez el castigo por mi gran amor, tal vez amé demasiado a mi esposo que Dios se sintió celoso.

La joven preguntó con temor.

—¿Tengo que quedarme aquí?

—Lamentablemente, sí. Eres su esposa, ahora.

La reina le explicó sobre la jaula de plata y toda la plata que había en el lugar.

—Sabemos que eso lo detiene, por eso el lugar está sellado con plata. Puedes meterte en la jaula y quedarte allí es un sitio seguro.

Ella quedó impresionada, se golpeó las mejillas para activarse y subió a verlo y lo encontró en los aposentos reales, descansando, vestido y limpio, parecía otro, más vital y apuesto, porque lo era.

—Se fueron.

—Lo sé, siempre lo hacen —mordía una manzana.

La joven se movía nerviosa y le preguntó.

—Así que naciste así, ¿verdad?

—Sí.

—¿Te maldijeron?

Stefano le señaló.

—Tal vez. Mis padres dicen que siempre han sido impecables.

Aunque ya no creía nada. Adara le indicó.

—No puedo irme, solo me dijeron que vaya a la jaula y allí me quedé.

—Soy alérgico a la plata cuando me transformo, pronto dejarán comida en abundancia y cuando caiga la noche todo comenzará de nuevo.

Lo dijo con pesar y miedo.

—Es la última luna llena y seré normal después de eso.

—¿Solo sucede en ese lapso?

—Así es, pareces decepcionada.

Ella le confesó.

—Esperaba otra cosa, en realidad, no sé qué esperaba.

Era una joven bella, su cabello largo y oscuro, sus ojos negros y su mirada llena de dudas la hacían cautivadora.

—¿Querías al príncipe de tus sueños?, alto, gallardo y apuesto, ¿crees que te premiarían de esa forma?

—No deseaba casarme todavía, me gustaba mi libertad y ahora…

—Y ahora estás encerrada conmigo.

La joven le preguntó con temor.

—¿Me matarás?

Era una buena pregunta que se temía contestar.

—Espero que no, no quiero hacerle daño a nadie y menos a ti.

—¿Nunca le has hecho daño a nadie?

—Solo a mi madre, le causo dolor y pesar.

—¿Tienes cura?

—Llevo 21 años así y no hay una cura, supongo que ese es mi destino.

Adara se colocó el cabello detrás de la oreja y le comentó.

—Recuerda que este ahora es mi destino junto a ti.

—Lo sé.

—Y yo no quiero sentirme como una presa todo el tiempo.

—Tendrás que correr —esbozó una sonrisa malévola.

Adara recorrió la torre y se dio cuenta de que la plata predominaba. Miraba cada detalle, era una prisión de plata.

—¿Ya encontraste la forma de salir?

Ella saltó en su puesto y lo vio sin camisa.

—Tal vez.

—Cuando caiga la tarde deberás ir a la jaula y quedarte en ella, es lo único que puedes hacer, mañana resolveré esto.

Lo vio cortar unas frutas con su daga.

—¿De qué forma?

—No quiero una esposa.

—¿Me devolverás?

Stefano la miró, era muy bella, de mirada apacible y semblante delicado.

—Es lo justo, lo que no se quiere se bota.

Eso enojó a Adara.

—Sepa usted que no soy un desecho, además no esperaba todo esto.

—Es lo que hay, debes irte de mi vida.

—Tal vez encuentre una forma de ayudarte, soy bastante lista.

Stefano la miró con incredulidad y ella le devolvió la mirada censora.

—Podría sorprenderte.

Era muy ingenua, bella, pero ingenua. Cuando cayó la tarde, la última luna llena saldría en breve y Stefano iba solemne a atarse con las cadenas. Ella le preguntó.

—¿Tienes que hacer eso siempre?

—Para no hacerle daño a nadie, sí.

Ella tuvo que hacer ese trabajo y él le dijo en tono recomendador.

—Debes irte y encerrarte en la jaula, no podré hacerte daño ahí adentro.

Ver a Stefano con esa resignación a su destino rompía el corazón.

—¿Siempre tienes que encadenarte?

—Es la única forma de controlar mi fuerza.

—¿Por qué tienes el pelaje azul?

—No lo sé… —sintió un espasmo y con voz ronca dijo—. Debes irte.

La luna comenzaba a salir en esos instantes. Adara casi corrió a la habitación de la jaula y la cerró con fuerza, de pronto los gritos de dolor y los aullidos llenaban el lugar y sintió miedo y pena de su bello esposo.

En noches así todo se volvía eterno, cerró sus ojos y se durmió cobijada entre el miedo y el dolor.

Esa mañana bajó para ver los destrozos que había dejado la última transformación, recorrió con su mano las paredes con marcas nuevas dejadas por el lobo azul; el silencio siempre abrumaba.

Lo encontró cerca de la mesa de alimentos, todo a su alrededor hecho un revoltijo: platos rotos, comida tirada por doquier.

Fue a él y lo tocó, vio un suave pelaje azul en su espalda y lo acarició, se deshacía entre su mano, era suave y agradable al tacto, de repente él con los últimos atisbos de la bestia la tomó del cuello con violencia.

Adara no esperó ese gesto, sus ojos tenían un tono dorado que se iba apagando como su respiración.

“Mala idea, Adara”.

Luchaba por soltarse, su fuerza era grande y apretaba más y más, hasta que la luz del sol entró por las ventanas y él cayó desmayado y ella junto a él.

Tardó en recuperarse y cuando lo hizo lo encontró mirándola atentamente.

—Te creí muerta.

Ella tosió y se tocó la garganta y con voz ahogada respondió.

—Casi me matas.

—Lo siento.

Ella se levantó, él estaba desnudo y parecía no darse cuenta de su estado, así que fue a buscar una cortina para cubrirlo. La joven se la extendió mirando hacia otro lado.

—Lo siento olvido que siempre quedo sin ropa. Nunca te acerques, apenas amanece.

—Ya me di cuenta de eso.

Vio todo el relajo, agradeció de no tener que limpiarlo.

—¿Necesitas algo?

Le señaló las cadenas, debía quitárselas, cayeron pesadas haciendo mucho ruido.

—Listo.

—Ahora solo debo reponerme de todo, descansaré y mañana seré un hombre normal.

Lo cual le dio una idea de que se desgastaba mucho en cada transformación. ¿Sería un hombre normal a partir de ese momento?

Tenía sus dudas. Se sobó el cuello, estuvo a solo segundos de perder la vida y ahora debía de encontrar la forma de huir o de hallar una cura para él.

Cuando fue a cambiarse, se dio cuenta de que la habitación tenía ropa de él, también para ella, pero en menor grado. Supuso que cada transformación destruía su ropa y que por eso siempre habría de más. Escuchó que se acercaba y se incomodó, pues no sabía qué esperar a partir de ese punto.

—Prepara mi baño, por favor.

Ahora era su empleada, pero si eso la libraba de algo penoso, lo haría. Mientras echaba las sales en el agua, se dio cuenta de que tenía un esposo y que sería normal por bastantes días.

—Su baño está listo.

Se quitó la ropa dejando ver su desnudez ante ella, como si fuera de lo más normal. Se metió en el agua y le dijo a la joven.

—Mi madre ha de venir a verme, te sugiero que le pidas a ella que te lleve fuera.

—¿Sucederá algo?

—Debo descansar y tú debes tomar el sol.

—¿Soy libre?

Él intentó sonreír y le dijo a la joven.

—Nunca, pero pálida y ojerosa te ves fatal.

Ella se tocó el rostro y él se rio con ganas, le había dicho fea. Su cuello le dolía y al bajar las puertas se abrieron y entró la reina.

—¿Stefano?

Al verla se alegró de que estuviera con vida.

—Adara, ¿cómo está él?

—Tomando un baño, cansado, pero bien.

Ella notó su marca en el cuello.

—¿Te lastimó?

—Solo un poco, pero ya estaba convertido.

La reina asintió y ella le comentó.

—Quiero salir de aquí.

—Lo harás, lo peor ya pasó.

Adara quedó quieta mirando la puerta de plata y salió lentamente fuera de la torre y los rayos del sol la iluminaron. Era bueno el sol y percibir el aire de la mañana.

Sentir la libertad produjo en ella una emoción tal que su cuerpo cayó como un fardo sobre el césped y con sus ojos negros pudo ver el cielo en su esplendor.

La torre se veía siniestra, pero ahora era otra cosa. Ahora era libre de ella.

**

El rey Eleazar la veía desde uno de los balcones con aversión.

—Sobrevivió, ahora tendré en mi mesa a un fenómeno y a una hija de un traidor.

Timelot guardia y mano derecha de Stefano, escuchaba sus palabras.

—Timelot.

—Señor.

—Que inicie de nuevo las cacerías de los Grises y que termine lo que empezó, y mantén vigilada a esa advenediza, no quiero sorpresas.

Timelot hizo una reverencia y se retiró solemne, la pesadilla para Adara recién comenzaba.

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