— ¡¿Qué?! — Margaret miro perpleja a su nieta, por la petición que estaba haciendo, ¿un divorcio?
— Si no lo hago, él o su padre de seguro me obligarán a irme lejos, ¿y quién va a detenerlos? ¡Ahora Máximo es el cabecilla de ambas familias! — Gimió Isabella asustada.
— ¡Tú también lo eres! — Replicó Aiden.
— Yo… ¿Cómo podría enfrentarlo? Si hasta creo que me tiene vigilada… — Alegó Isabella, apretando los labios con decepción.
— ¿Cómo? — Margaret arrugó el entrecejo.
— Yo lo vi extraño… Pero jamás pensé… No lo sospeche… — Balbuceó Isabella, aturdida. — Una empleada le avisó a Máximo que yo estaba mal y que venía a esta casa cuando salió lo de la noticia, por eso, él se comunicó contigo, abuela. — Margaret abrió los ojos de par en par. — Los empleados del pent-house siempre están al pendiente de lo que hago, me preguntan a donde doy o que haré…
— Eso no significa… — Intentó explicar Margaret, cuando Isabella se echó hacia abajo, tirándose en el sofá, alicaída.
— Debí pensarlo, debí ser