La biblioteca real del Palacio Eirenthal no era un lugar para el descanso, sino un campo de batalla de secretos encuadernados. Con sus techos abovedados, columnas barrocas y vitrinas cerradas con llave que resguardaban volúmenes centenarios, el espacio parecía construido para imponer reverencia, pero también para silenciar. Allí, las palabras no solo se leían; se custodiaban.
Anya caminaba entre los estantes altos, guiada por el aroma a papel viejo y encuadernaciones de cuero. Aquella mañana había decidido apartarse del ruido político y las amenazas veladas para encontrar un respiro entre letras. Sin embargo, algo en su interior le decía que esa biblioteca no solo contenía historia... sino piezas sueltas de una verdad que aún nadie se atrevía a nombrar.
El volumen que sosten&iac