El salón privado de la Reina Madre parecía más pequeño aquella tarde. Las cortinas de terciopelo azul oscuro filtraban la luz del atardecer, creando un ambiente íntimo y casi confesional. Anya observó cómo la anciana monarca se movía con lentitud calculada hacia el pequeño escritorio de caoba, donde descansaba una caja de madera labrada con el escudo de armas de los Argemiria.
—Cierra la puerta, querida —pidió la Reina Madre con voz serena pero firme—. Lo que voy a mostrarte no debe salir de estas paredes.
Anya obedeció, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda. Había sido convocada sin explicación alguna, solo un mensaje escueto entregado por un paje real. Después de todo lo ocurrido en las últimas semanas, cualquier llamado de la familia real despertaba en ella una mezcla de curiosidad y aprensión.
—Su Majestad, ¿puedo preguntar por qué me ha llamado? —inquirió Anya, manteniéndose de pie mientras la Reina Madre tomaba asiento en un sillón tapizado.
La anciana sonrió con melancolí