La sala del ala oeste reservada para entrevistas era más sobria que majestuosa, una rareza dentro del barroco Palacio Eirenthal. Con sus paredes de madera oscura, alfombra gris acero y apenas dos jarrones de porcelana antigua custodiando la estancia, el lugar ofrecía neutralidad, un espacio donde las jerarquías se desdibujaban por un instante.
Anya ya había aprendido que ese tipo de espacios eran útiles para observar, no solo lo que una persona decía, sino cómo lo decía. Y con Marzanna Dömink, cada palabra era un filo. Vestía un conjunto negro de líneas modernas, deliberadamente ajeno al estilo tradicional de la corte. Su postura no era de sumisión, ni siquiera de colaboración. Era un animal salvaje en una jaula demasiado pulida.
—¿Así que quieres saber