El Gran Salón de Justicia de Argemiria resplandecía bajo la luz que se filtraba por los vitrales centenarios. Nunca antes sus paredes habían contenido tanta tensión. Las cámaras de televisión, dispuestas estratégicamente, transmitían en directo a todo el reino un acontecimiento sin precedentes: el juicio al Canciller Dorne, el hombre que durante décadas había sido la sombra del poder.
Anya ocupaba un lugar en la primera fila de asientos, junto a la familia real. Su corazón latía con fuerza mientras observaba el estrado donde cinco jueces con togas carmesí aguardaban. El murmullo de la multitud cesó cuando las puertas laterales se abrieron y dos guardias escoltaron a Dorne.
El Canciller caminaba erguido, con la dignidad intacta a pesar de las circunstancias. Sus ojos, fríos como el acero, recorrieron la sala hasta detenerse en Anya. Una sonrisa apenas perceptible se dibujó en sus labios.
—Se inicia el juicio contra el Canciller Augusto Dorne por los cargos de conspiración contra la Cor