El Gran Salón del Trono de Argemiria resplandecía como nunca antes. Los vitrales centenarios filtraban la luz matinal en haces multicolores que danzaban sobre el mármol pulido. Las banderas del reino ondeaban majestuosamente desde las altas columnas, y el escudo de armas de la familia real —un león coronado sobre un campo de estrellas— dominaba la pared principal tras el trono.
Anya Ríos se encontraba en primera fila, con un vestido azul medianoche que había elegido cuidadosamente para la ocasión. Sus manos, normalmente firmes cuando sostenía sus carpetas de trabajo, ahora temblaban ligeramente. No era para menos: hoy presenciaría la coronación oficial de Elian como heredero indiscutible al trono de Argemiria.
—Pareces nerviosa —susurró Mara, su asistente, quien la acompañaba—. Y eso que no eres tú quien va a ponerse una corona.
Anya esbozó una sonrisa tensa.
—Quizás porque sé que esto cambia todo —respondió en voz baja—. Después de hoy, nada volverá a ser igual.
Las trompetas reales