El estruendo sacudió los cimientos del palacio como si la tierra misma se hubiera partido en dos. Anya sintió primero la vibración bajo sus pies, luego el sonido ensordecedor que pareció detener el tiempo por un instante. Los cristales de las ventanas estallaron en una lluvia de fragmentos que reflejaban la luz del atardecer, convirtiendo el pasillo en un caleidoscopio mortal.
—¡Abajo! —gritó alguien a su espalda.
Su cuerpo reaccionó antes que su mente, lanzándose al suelo mientras una segunda explosión, más cercana, hacía temblar las paredes. El polvo descendía del techo como nieve gris, y el olor a humo comenzaba a invadir el aire.
En el ala diplomática, donde minutos antes se celebraba una reunión entre embajadores y funcionarios de alto rango, ahora solo quedaban escombros y gritos. Anya se incorporó lentamente, con las manos temblorosas y un pitido persistente en los oídos. A su alrededor, el caos se desplegaba como una escena de pesadilla: guardias corriendo, personal de palacio