El Salón del Parlamento de Argemiria resplandecía bajo la luz que se filtraba por los vitrales centenarios. Los escudos de armas de las familias nobles brillaban en las paredes de mármol, testigos silenciosos de siglos de intrigas y decisiones que habían moldeado el destino del reino. Elian, vestido con el uniforme ceremonial azul marino con insignias doradas que marcaban su rango como príncipe heredero, permanecía de pie frente a la asamblea de parlamentarios. Su postura era firme, su mirada clara y decidida.
El murmullo de voces se apagó cuando levantó la mano. El silencio que siguió tenía peso, como si el aire mismo contuviera la respiración del reino.
—Honorables miembros del Parlamento —comenzó Elian, su voz resonando en la acústica perfecta del salón—. Los he convocado hoy no como príncipe que solicita consejo, sino como futuro rey que exige transparencia.
Los rostros de los parlamentarios, algunos arrugados por décadas de servicio, otros jóvenes y ambiciosos, se tensaron ante s